Reportaje: León Gieco

A la juventud es imposible cortarles las alas

Texto y foto: Kaloian Santos Cabrera

kaloian@juventudrebelde.cu


(11/12) Tenía 14 años. Mis padres, con mucho esfuerzo, pasaron varios días pintando toda la casa para esperar un nuevo año: el difícil 1995. Cuando mi cuarto estuvo listo, de madrugada y a escondidas, lo decoré con frases y versos escritos con carbón. En una parte del techo, justo arriba de mi cama, se podía leer: Qué dignidad tan grande la de creer siempre en la vida / con solo ver una flor brotando entre las ruinas.

Por mucho tiempo eso era lo primero que veía cuando despertaba. Es parte de la canción Mensajes del alma, del argentino León Gieco. Gracias a esos versos, el enfado de mis queridos progenitores al ver mi travesura se transformó en sonrisas de consentimiento.

Ahora, luego de muchos años, tengo la oportunidad de contarle la anécdota al autor de mi salvoconducto que, por casualidad, encuentro en uno de los tantos escenarios del Festival de Cine. León sonríe. Yo aprovecho los segundos de confianza para pedirle una entrevista. Y el extraordinario músico argentino, sencillo e inmenso ser humano, me devuelve la estocada con su acento peculiar: «cuando quieras, che. Mirá, ¿mañana en la tarde te conviene?».

Raúl Alberto Gieco (León) es de esas personas vitales. Ídolo lo mismo para los que cultivan el folclor que para los roqueros, ha labrado una carrera artística que ha resistido, por más de tres décadas, los embates de las transnacionales que pretenden globalizar la cultura. Tiene publicado 45 discos y ahora revela que, para su próximo álbum, va a musicalizar un poema de Ernesto Che Guevara dedicado a los mineros bolivianos. Es autor de unas 300 canciones, muchas de ellas desafiantes del tiempo y las dictaduras como Solo le pido adiós o Cinco siglos igual.

No en vano para León ser solidarios es uno de los fines imprescindibles en su tránsito por la música. «Yo creo en la dignidad, en la humanidad, y por eso mis canciones hablan de paz, de amor, de los indígenas, de los sin tierra, de la revolución de la cultura y la educación. No sirvo para componer canciones y meter la plata en un banco de Miami. No nací para eso».

De ahí el resultado de Mundo alas, un documental que Gieco dirige junto a Fernando Molinar y Sebastián Schindel y que ha traído para presentarlo en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Se trata de un road movie que narra una gira por el interior de Argentina y que agrupa a un elenco de «músicos, cantantes, bailarines y pintores, todos ellos grandes artistas con distintas discapacidades que expresan y comunican su mirada del mundo: aquello que les preocupa, que los anima, que los inspira, en un show que combina música, danza y pintura».

El músico dialoga con mucho entusiasmo sobre este trabajo. No es para menos. El show ha devenido un libro, un DVD, 12 capítulos para el canal estatal de argentina y varias presentaciones en España y en Toronto.

Ahora está en el Festival de La Habana, un certamen que el argentino estaba por visitar desde hace 15 años. «Dos amigos, el cineasta argentino Cosman y el dibujante cubano Rapi Diego, siempre me insistían para que viniera. Decían que este era un festival diferente por la sencilla razón de que se hace en Cuba. ¡Y es cierto! Me parece increíble por ejemplo que la gente colme los cines. Hace 40 años que eso no pasa en el mundo. Solo es en Cuba».

Como era de esperar, a Gieco, para quien La Revolución Cubana sigue siendo un pilar «de resistencia y admiración», los primeros sentimientos hacia nuestra Isla le entraron por la música. Luego, cada visita a nuestro país, compartir no solo con músicos sino también con intelectuales de la talla del poeta Eliseo Diego, hizo que los cubanos nos convirtieramos en parte de su familia. «A los 17 años me llegaron las canciones de Beny Moré y a los 18, con los amigos, me pasaba casetes de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés envueltos en periódicos. Fue cuando la dictadura y te metían preso si te atrapaban con esas canciones».

Luego en 1983, con la restauración de la democracia, los trovadores cubanos ofrecieron memorables conciertos e invitaron a músicos gauchos también vedados cuando la dictadura. «Silvio y Pablo no podían parar porque la gente pedía más y más. Fueron varios conciertos en un estadio para 5 000 personas y siempre estuvo lleno. Esas presentaciones las recuerdo como un desquite absoluto porque al ver a tantas personas escuchando a Silvio y a Pablo, me decía: “nosotros, la juventud argentina, teníamos razón cuando nos pasábamos clandestinamente aquellos casetes. Hay que escuchar a estos tipos”. De todos modos la canción se toma su revancha».

¿Por qué lo dice?
Es que los militares fueron tan estúpidos que creyeron que podían prohibir las canciones y cortarles las alas a la juventud. Pero la juventud siempre va a sobrevivir peleando por las cosas nuevas y la canción siempre va estar junto a ella.

¿Qué lo hace ser un ferviente amante de la juventud?
La juventud es inexperta y la inexperiencia es en un acto de creatividad pura. Hay que nutrirse de los jóvenes. Para mí es vital. Hay que entender que en realidad ningún tiempo pasado fue mejor. El tiempo que viene es el mejor.

¿Por eso ha declarado en estos días que quiere volver a tocar para los jóvenes cubanos y compartir con los nuevos trovadores?
¡Por supuesto! Lo que realmente quiero es poder venir con algunos de los integrantes de Mundo alas para hacer una gira y pasar la película en más lugares. Que no se quede solamente en La Habana. Ya lo estoy arreglando y a lo mejor vengo en marzo o en abril.

Cuba es una fuente de inspiración, un reservorio absoluto de cultura. Acá respiras cultura todo el tiempo y, en el capitalismo, te llenan de «pelotudeces» que te hacen pensar que es cultura. No puede ser que yo hace cinco años no viniera. La verdad es que no puede ser. Por eso nosotros, que vivimos para y por la cultura, tenemos que venir frecuentemente.

 
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